Hijo de la Guerra, El llamado Zeta 9, Galdino Mellado Cruz, parecía saberlo todo, había estado en todos lados

“Si la persona con la que yo hablé dijo la verdad, muchos mintieron”, advierte el periodista y escritor Ricardo Raphael.

Hijo de la Guerra, El llamado Zeta 9, Galdino Mellado Cruz, parecía saberlo todo, había estado en todos lados

Antes de revelar el origen de su primera novela de no ficción, Hijo de la guerra. Su llamada de atención cobra dimensiones dantescas cuando asegura que, para realizar este libro, entrevistó a una persona que se hace llamar Galdino Mellado Cruz, un cofundador del grupo delictivo Los Zetas y a quien el gobierno dio por muerto en 2014.

“Nos han mentido tanto en esta historia [del narcotráfico], ha sido tan teatral y ha estado tan maquillada, que es difícil, a estas alturas, saber qué es cierto”, dice el autor.  La publicación de Ricardo Raphael, disponible a partir de esta semana bajo el sello de Seix Barral, es el fruto de las conversaciones que mantuvo con el presunto Z-9 en el reclusorio de Chiconautla, en el Estado de México.

El delincuente habría entrado a esa cárcel con otro nombre para mantener bajo perfil: Juan Luis Vallejos de la Sancha.  El libro del también colaborador de EL UNIVERSAL es protagonizado por él mismo y Galdino Mellado y explora el origen de la violencia que México vive. El autor admite que el proyecto inició como un reportaje de investigación, pero que tuvo que acudir a la literatura al no poder corroborar todo lo que le informó el “muerto viviente”.

¿Cómo se entera de Galdino Mellado Cruz?

—Un buen amigo me dijo que había estado en Chiconautla y que ahí había una persona que decía ser fundador de Los Zetas. Fui a buscar el expediente judicial a Chiconautla y en efecto daba fe de que Galdino Mellado Cruz —o Juan Luis Vallejos de la Sancha, nombre que él utilizaba en la cárcel— había sido procesado en diciembre de 2010 y que en en esa cárcel lo encontraría.

¿Es posible que sí sea él?

—Yo estuve con él en esta prisión entre 2015 y 2016, pero si recurres a internet hay un sinnúmero de notas que dicen que Galdino Mellado Cruz murió en mayo de 2014. ¿Cómo es posible? [Su] expediente dice que es el Z-9, pero Tomás Zerón y Alejandro Rubido dijeron que lo encontraron solito y muerto en una casa de seguridad en Reynosa. Si la persona con la que yo hablé dijo la verdad, muchos mintieron. Alrededor de la historia de Los Zetas hay tantas cosas extrañas que cabe suponer que [hablé] con un muerto vivo.

¿Usted trató de cuestionar a las autoridades por la muerte de esta persona?

—Sí, pero… Quien anunció su muerte fue Tomás Zerón, el mismo que fabricó lo del basurero de Cocula. En mayo de 2014, Zerón de Lucio da por muerto a Galdino Mellado Cruz en circunstancias extrañísimas; para noviembre ya estaba inventándose lo de Ayotzinapa y Cocula. Supondrán que yo no tenía mucho interés por ir a preguntarle a Tomás Zerón, preferí las fuentes documentales.

¿Por qué una novela?

—Debo decir que ésta es una novela de no ficción por parte del periodista, pero yo no puedo asegurar que sea una novela de no ficción por parte de Galdino Mellado Cruz. Lo digo en otros términos: el periodista hizo todo lo posible por corroborar la información y aun así hay muchas cosas que este hombre contó, que, si bien parecieran verosímiles, no podría asegurar yo que no son ficción.

¿Con qué le gustaría que se quedaran los lectores de su novela?

—Uno hace esto no sólo para denunciar, sino para ofrecer conciencia. Nosotros, los periodistas, los escritores, somos la serpiente que le entrega la manzana a Eva. Una vez que Eva agarra la manzana, ella no puede ser la misma. Éste es un libro manzana: le entrega al lector posibilidades de saber en qué mundo está viviendo.

¿Hay algo que haya quedado pendiente en este libro?

—Me hubiera encantado entrevistar a los otros Zetas, pero está prohibido. Si queremos acercarnos al origen del mal, tenemos que hablar con ellos, pero [no], son bultos escondidos del ojo público.

Dijo que el proyecto inició como un reportaje, ¿pero está orgulloso del trabajo final?

—Sí, creo que éste es el mejor libro que pudo haber salido de mi pluma en estas épocas, y abre un nuevo ciclo de actividad laboral. Quiero [dedicarme] a la injusticia de la justicia: aproximarme a la cárcel, a los jueces, a los expedientes judiciales. [En estas páginas] está parte de la explicación que estamos buscando sobre la violencia.

¿Qué reto tuvo con la literatura?

—Escribir literatura implica una afrenta con uno mismo, de ensayo y ensayo hasta que sale cada párrafo. Siento que aprendí otro idioma, que me enseñaron otro sistema decimal.

¿Fue complicado hacer que el Z-9 hablara?

—Cuando lo voy a ver, él me pone una serie de reglas muy puntuales: cuándo puedo hablar y publicar, de quién no puedo hablar, incluso qué nombres tengo que cambiar.

Ya con eso, me dijo: “Yo no me rajo. A ver si no se raja usted”. Como él era un muerto vivo, ya nadie lo podía perseguir: es libre de hablar, la autoridad le entregó esa licencia.

¿Cómo corroboró todo?

—Encontré fuentes confiables sobre la historia de Los Zetas. Por ejemplo, varios de ellos fueron enjuiciados en Estados Unidos y había cosas que él me contaba que solamente podría conocer si estuvo cerca de la fundación de Los Zetas. Luego corroboraba todo [con] los largos testimonios de Los Zetas que fueron procesados allá y con los de Osiel Cárdenas Guillén. Hubo cosas que no pude corroborar, y ahí empezaron mis dudas.

¿Qué aprendió con él?

—Creo que obtuve un conocimiento mucho más profundo del origen de la violencia; un entendimiento doloroso, pero también más quirúrgico de por qué se empezó a generar una parafernalia de terror tan escandalosa: los cuerpos cercenados, los cuerpos arrojados y desaparecidos. Creo que sí logré penetrar el mundo de la violencia mexicana desde una ventana muy distinta.

¿Cuál es el origen de la violencia?

—El Estado mexicano, no tengo duda. Particularmente instituciones del gobierno que fueron las que, por decisiones equivocadas y muchas ambiciones económicas, detonaron lo que estamos viviendo. Los Zetas fueron funcionarios del gobierno, los formamos en Estados Unidos, los volvimos agentes judiciales y se los entregamos al líder del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén.

Seguro le gustaría que muchos funcionarios leyeran el libro…

—Me encantaría que el Presidente le echara una leída, por lo menos para que amplíe sus dudas en ciertos sectores en los que no las tiene.

Las narraciones del Z9 son tan apasionantes como el vía crucis del propio investigador para documentar paso a paso qué es verdadero, qué es una exageración o qué es falso

Se encontró lo que para cualquier periodista habría sido la veta de oro más apetecida, el número ganador del boleto del avión presidencial. Para ponerlo en términos más actuales: un hombre desde la cárcel decía ser uno de los fundadores de los Zetas, a quien se creía muerto, y estaba dispuesto a revelar todos sus secretos.

Como buen periodista que es, Raphael se zambulló de brazos abiertos en el corazón de las tinieblas. Durante más de un año, cada miércoles, acudió puntualmente a lo que se convirtió en un destilado de horrores. Semana a semana, Ricardo se fue llenando de sangre, cuerpos desmembrados, secretos inconfesados, un inventario puntual y desde abajo de cómo se fue pudriendo eso que ahora nos tiene con más de 200 mil muertos.

El llamado Zeta 9, Galdino Mellado Cruz, parecía saberlo todo, había estado en todos lados. Una especie de Forrest Gump de los infiernos. Lo mismo había sido protagonista de los feminicidios en Juárez y miembro del cártel de Tepito, que ahijado del Mocha Orejas Ríos Galindo, pasando por todos los capítulos importantes de la historia de los Zetas, desde su entrenamiento en EU hasta sicario de Osiel Cárdenas y brazo derecho de Heriberto Lazcano.

Era tan increíble la cantidad de confesiones y secretos que comenzó a ser eso, increíble. A partir de ese momento Raphael se dio cuenta que el tema no iba a ser cómo sacar mineral de la mina de información que representaba el Zeta, sino dilucidar cuánto de ese mineral era bueno. O peor aún, si valía algo. ¿Estaba ante la más valiosa garganta profunda del crimen organizado jamás encontrada, capaz de develar los misterios nunca antes dichos? ¿O frente a un embustero de talento descomunal que deseaba utilizar al periodista para protegerse y eventualmente para extorsionarlo?

Casi cinco años después de ese dilema, el autor nos entrega “El Hijo de la Guerra” (Seix Barral). Tras 444 páginas uno se encuentra con el dilema de decidir qué es exactamente lo que leyó: ¿una apasionante novela negra o una magistral crónica periodista? Y es que este relato es el mejor reportaje que se haya escrito sobre el mundo interior de los Zetas; y cuando digo interior no sólo me refiero a la antropología de la comunidad sino también de sus corazones, sus temores o sus pesadillas. ¿Qué pasa por la mente de un sicario que acribilla a una docena de jóvenes o degüella a un excompañero? ¿Cómo hace para seguir viviendo consigo mismo? El testimonio de Galdino nos lo explica, como también nos explica la manera en que fue el Estado el instrumento que creó a los Zetas, un frankenstein que se volvió incontrolable.

Pero a ratos, a mitad de una página surge la duda: quizá todo es inventado y no se trata más que de una adictiva novela de aventuras siniestras a partir de sucesos dramatizados por nuestro personaje. Una duda que incomoda a mitad de la lectura, pero al final termina convertida en el mayor de los incentivos para devorar el libro.

Y es que estas dos posibles lecturas, reportaje o novela, encierran a su vez una tercera. El relato de un personaje, el periodista, en proceso de descubrir una historia. Las narraciones del Z9 son tan apasionantes como el vía crucis del propio investigador para documentar paso a paso qué es verdadero, qué es una exageración o qué es falso. Y digo que esto es apasionante porque no se trata de un proceso racional, sino vivencial. Los dos, sicario y periodista, terminan afectándose mutuamente, a medida que se van midiendo, provocándose y retándose, cada cual con el propósito de conseguir lo que se propone.

Este es pues un libro de las multiplicidades. No sólo porque son varios en uno, sino porque nacen del testimonio de un personaje que a lo largo de las páginas acabamos por entender que no es uno, sino una multitud. Me recuerda a las crónicas de los viajeros de Indias, que describían en calidad de testigo no sólo aquello que personalmente vieron sino también aquello que sus colegas les relataron y que dan como vistas. Galdino, está claro, no pudo haber estado en todas las escenas que nos describe como propias, pero eso no asegura que no haya sucedido como él dice. En ese sentido, hay partes del testimonio de Galdino que no son reales, pero son verdaderas.

Estos días he estado viendo la serie de Narcos México, en el que Diego Luna hace de Diego Luna e intenta convencernos de que es Miguel Félix Gallardo. La serie está basada en hechos y personajes reales, pero son tan evidente los clichés a los que se recurre una y otra vez para convencernos de que es real, que termina por parecernos artificioso. Todo lo contrario de los relatos recogidos por Ricardo Raphael en su novela de no ficción. Puede no haber sucedido en esa casa lo que él relata, pero no tenemos duda de que las frases, las actitudes y la perfecta disposición de cada uno de los involucrados en la escena son absolutamente fidedignas. En Narcos lo que vemos son hechos reales expresados en relatos ficticios; mientras que en “Hijo de la Guerra” vemos relatos reales y ficticios que remiten a hechos reales. En ese sentido, como Jorge Volpi con su novela sobre Florence Cassez o Enrique Serna sobre el periodista Carlos Denegri, Ricardo Raphael escribe la suya para explicarnos bien a bien qué es lo que está sucediendo.

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